por Pablo Sieira
Hace seis años, un centenar de motoqueros hacía rugir sus motores al unísono en las inmediaciones del Cementerio de Chacarita, una especie de código para despedir a un amigo que había muerto como a ellos les gustaría morir: en una noche de verano, acelerando su moto a través de la ruta. Otros tantos iban en caravana con sus guitarras al hombro. Y los que faltan, ya estaban en en el camposanto, viola en mano y sonando. Porque Norberto "Pappo" Napolitano también podría haber muerto zapando un blues o un solo de rock&roll. Al fin de cuentas, por eso lo conocía la mayoría. El funeral hubiera sido el mismo. El dolor (o al menos la tristeza) se hubiera sentido igual. Lo único indiscutible e inalterable es que ese 25 de febrero de 2005 murió uno de los pilares del rock nacional que merece, por cualquier motivo, ser recordado.
Fue sucio y desprolijo. Un héroe del asfalto. Un impertinente que se hacía querer por sus mañas y admirar por sus manos. Esas hábiles manos que si no hubieran servido para tocar la guitarra, al menos lo hubieran hecho el mecánico de cabecera de cualquier barrio. Nacido el 10 de marzo de 1950 en un lugar incierto hasta para él mismo, quienes lo conocieron narran que Pappo era un hombre despreocupado cuya mayor vocación y devoción en la vida fueron tocar la guitarra. Eso lo metió en las raíces del basto género llamado "rock nacional" como uno de los guitarristas más grandes de la historia de la música popular argentina.
Pappo murió en el distrito bonaerense de Luján, en la Ruta 5 a la altura del kilómetro 71. Había disfrutado la noche con su hijo, el guitarrista Luciano Napolitano, y su nuera, quienes lo acompañaban a la par en el camino cuando uno y otros se tocaron y provocaron el accidente fatal. El heredero y su esposa sobrevivieron. Sin embargo, lo que quedó detrás de esa trágica noche en el tiempo es un rejunte de las canciones más recordadas, bailadas e influyentes de estas tierras.
En 1968, cuando Los Abuelos de la Nada editaron su simple "Diana Divaga", Pappo se les sumó en "Tema en flu". Y hasta ahí llegó su amor. El guitarrista sólo pensaba en tocar blues y creyó que su oportunidad había llegado cuando Litio Nebbia lo invitó a formar parte de Los Gatos pero, aparentemente, eso tampoco era exactamente lo que quería. Finalmente, junto al bajista David Lebón y al baterista Black Amaya, fundó Pappo's Blues en 1971. A esta altura, casi una institución.
Aunque la formación del grupo se fue alterando entre disco y disco, Pappo siempre estuvo allí para sostener con firmeza militante el nombre de su banda. Y desde allí, ofreció a la historia reflexiones sobre el paso del tiempo, entonadas en un blues denso que trascendió como "El viejo". También puso a bailar a cualquiera que se prestara con canciones como "El hombre suburbano", esa inesperada revelación acerca de lo efímero de la existencia, que se queja del ser humano que "vive con razón de ser" y "sin darse cuenta de que su vida terminará" inexorablemente.
Se destacó como eximio guitarrista de blues en temas como "Blues de Santa Fe", compuso hitos del rock&roll argentino como "Tren de las 16" y se deliró con "Sandwiches de miga". Pero también tuvo sus manías metaleras durante la década del '80 y parte del '90. En ese entonces, se dedicó a zurcar los escenarios nacionales montado sobre esa monstruosa máquina musical llamada Riff. Tamas como "Sussy Cadillac", "Que sea rock", "No obstante lo cual" y "Lily Malone" termminaron de delinear a Pappo como el arquetipo del rockero, el tipo duro que conoce la calle mejor de lo que conoció a su ciudad natal.
Pappo terminó su carrera como solista, fórmula que también le había valido miles de aplausos, como lo demostró en el disco "Blues local" (1992). Tanto le sirvió, que cerró su obra con "Buscando un amor" (2003), en el que demostró que seguí siendo el mismo. Se lo demostró a la industria con canciones como "Rock and Roll y fiebre", pero también a sus incondicionales admiradores con un vigoroso blues como "Descortés" y un "Tributo a B.B King", ese oportuno agradecimiento de "Carpo" a su ídolo, el veterano guitarrista estadounidense que una vez le cumplió el sueño de tocar junto a él en el Madison Square Garden. En este último trabajo discográfico, Pappo se mostró profético como nunca: desde la portada, toca la guitarra sentado en una nube, con un gesto severo en el rostro y un par de alas que lo llevan a volar al partenón en el que lo esperan Robert Johnson, Stevie Ray Vaughan y Jimmy Hendrix.
Jamás me gustó Pappo. Pero no pude dejar de leer esta necro-perfil. Una de las más brillantes que leí.
ResponderEliminar