por Pablo Sieira
Hace seis años, un centenar de motoqueros hacía rugir sus motores al unísono en las inmediaciones del Cementerio de Chacarita, una especie de código para despedir a un amigo que había muerto como a ellos les gustaría morir: en una noche de verano, acelerando su moto a través de la ruta. Otros tantos iban en caravana con sus guitarras al hombro. Y los que faltan, ya estaban en en el camposanto, viola en mano y sonando. Porque Norberto "Pappo" Napolitano también podría haber muerto zapando un blues o un solo de rock&roll. Al fin de cuentas, por eso lo conocía la mayoría. El funeral hubiera sido el mismo. El dolor (o al menos la tristeza) se hubiera sentido igual. Lo único indiscutible e inalterable es que ese 25 de febrero de 2005 murió uno de los pilares del rock nacional que merece, por cualquier motivo, ser recordado.